01 noviembre 2013

UN SACERDOTE DEBE DE SER... Muy grande y a la vez muy pequeño, de espíritu noble como si llevara sangre real y sencillo como un labriego, héroe por haber triunfado de sí mismo, fuente inagotable de santidad, señor de sus propios deseos y servidor de los débiles y vacilantes, uno que jamás se doblegó ante los poderosos y se inclina, no obstante, ante los más pequeños, dócil discípulo de su maestro y caudillo de poderosos combatientes, pordiosero de manos suplicantes y mensajero que distribuye oro a manos llenas, animoso soldado en el campo de batalla y madre tierna a la cabecera del enfermo, anciano por la prudencia de sus consejos y niño por su confianza en los demás, alguien que aspira siempre a lo más alto y amante de lo más humilde. Hecho para la alegría, acostumbrado al sufrimiento, ajeno a la envidia, transparente en sus pensamientos, sincero en sus palabras, amigo de la paz, enemigo de la pereza, seguro de sí mismo. "Completamente distinto a mí ".... Comenta humildemente el amanuense.

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